¡Gracias Papá!
Cuando lo que has anhelado por muchos años, quizás desde que tienes memoria, termina en algo absolutamente adverso para uno y sus seres queridos y se convierte, por las circunstancias del momento, en tu mayor miedo… ahí cuando crees tocar fondo, lo único que cobra sentido, te sostiene en esos momentos difíciles y te da valor, es aquello invisible para nuestros ojos, pero creíble, es eso que llamamos fe.
Y es que desde pequeños siempre anhelamos miles de cosas, posiblemente, unas con más sentido y relevancia que otras, y en mi caso particular, es en esa etapa de mi vida de donde parte esta historia.
Fui como todo niño, quien vive una de las etapas más lindas de la vida, disfrute de travesuras, risas y aventuras; no obstante, no todo era bueno, existió algo llamado “vacío”, un vacío que crecía día a día y cuyo único culpable fue “el alcohol” (sí, ese maldito alcohol, del que más de uno podrá estar identificando en este momento), un vicio que consume, que carcome hasta las fibras más íntimas de nuestro ser, que desgasta, que envuelve y que separa. Es en este momento en el que, ciertamente, empiezo a distinguir que algo no estaba bien, aquí es donde surge ese anhelo del que hablo.
“Hoy comprendo y entiendo que ese vacío que sentía, fue originado en el vicio de quien yo quería recibir más que un buen día. Entendí y no dudo del amor que sentía esa persona por mí, pero que era un amor que era diferente, porque estaba cobijado por un vicio del cual es difícil salir”.
Por muchos años mi familia estuvo envuelta en todos aquellos problemas inimaginables, más de lo que puedas suponer, en especial cuando todo se agrava, como resultado de un problema insostenible. En los momentos más difíciles, de rodillas pedimos, de rodillas lloramos, y no entendíamos por qué nos tocaba vivirlo, no una, ni dos, ni tres veces, sino años, una carga pesada de llevar para todos los miembros de la familia.
A esto le llamo “Anhelo puro”, porque por años no lograba entender del porqué sufríamos tanto por un vicio, pedimos y pedimos, ofrecimos ayuda a ese ser querido atrapado por el alcohol, le entregamos todo de corazón, ¡sí de corazón! para que un cambio se diera -en serio- lo quisimos de corazón, pero, como siempre ocurre en este tipo de situaciones, el vicio no le permitió atender nuestro llamado.
Y fue así que, al pasar los años, en lo personal ese “anhelo puro” se convirtió en un “anhelo de juicio”, porque siempre llega ese momento –así es la vida- donde dejas de ser un niño, y siendo ya un joven te toca afrontar lo que llamo una montaña rusa de emociones, normalmente, algunos le llaman vida y es aquí donde nos toca tomar decisiones.
A estas alturas de la historia, el problema era insostenible, al menos para mí, donde ya no soportaba la idea de seguir sufriendo las consecuencias de un vicio que lo único que había llevado a la familia, era un derroche de lágrimas, y es que hay tanto detalle que sería imposible citar en este momento, -pero gracias Dios- porque aquella noche donde ya no aguante lo que pasaba, que Dios hizo que me tomaran de la mano y sostuviera mis impulsos, hay cosas en la vida que son imposibles de olvidar, como aquellas palabras que escucho susurrar cada vez que recuerdo todo lo vivido: “No lo hagas, te vas a arrepentir”.
Y fue días después donde lo que tuvo que haber pasado desde muchos años atrás se hizo, para este momento ya como adulto mi opinión tenía peso en la familia, por lo que los reuní para hablar del tema… posteriormente, me tocó observarlo en la esquina de una calle, con lágrimas en los ojos por lo que estaba pasando o quizás eran las gotas de lluvia que caían en ese momento, aún sin comprender lo que pasaba, y aún sin imaginar que días después tendría que verlo sacar toda su ropa y aquello que le llamaba valor de la casa con la seguridad de quienes están para protegernos.
Aquí inicia un período de un año, parece poco, pero para nosotros fue eterno. Aquí empieza un suplicio de situaciones donde hubo altos y bajos. Posiblemente, la palabra “bajos” se queda corto. Días en Alcohólicos Anónimos, donde veíamos una luz de esperanza, donde veíamos que aquello que anhelábamos desde hace mucho tiempo podría darse, y es que de una u otra manera nunca te soltamos. Pero también me tocó verlo como indigente, también me tocó verlo sufrir, también me tocó verlo perdido en un sinfín de emociones y sensaciones que solo las veía cuando él tomaba una gota de alcohol, también me tocó escucharlo decir palabras sin sentido y sin razón…
Y fue un miércoles por la mañana, lo recuerdo tan claro, cuando llegó a la casa, consumido por el alcohol a pedirnos que le abriríamos la casa, y es que a tan tempranas horas del día, antes de irte a trabajar, lo que menos esperas es este tipo de situaciones, y ahí es cuando esos impulsos controlan nuestros pensamientos y palabras, ahí fue cuando me dirigí ante ti y te dije: “Adiós, ándate de aquí que no queremos problemas” … dos días después te encontramos muerto Papá… sí mis últimas palabras para ti fueron esas.
Aquí, es donde se estanca esa montaña rusa y no sube, por más que lo intentes, no sube, y los sentimientos de culpa te desgarran el corazón, aquí es donde dejas de creer… -ojalá subieras tan fácil como se te hace bajar-.
Impotente ante la situación, acepté entrar a algo que le llaman tres días y una tarde, algo loco que cuesta entender para quien no ha tenido la enorme experiencia de estar. Y fue un sábado en la noche de esos tres días y medio que una luz de fe envolvió mi corazón, aún sin entender lo que sentía y pasaba en ese momento, fue ese día en el que decidí perdonarte por lo vivido y, además, con fe de que me hayas perdonado.
Ha sido la fe la que me ha permitido avanzar, me ha permitido comprender que nada de lo sucedido fue nuestra culpa, y entender que la recuperación y perdón deben darse en su momento, y en la forma como Dios así lo decida. Asimismo, me ha permitido entender que mi padre me amaba a su manera y que siempre de una u otra manera estuvo ahí y estará conmigo por siempre, porque el amor nunca muere.
A esto le llamo “Anhelo de fe”, porque es increíble como algo que viene de lo más profundo de tu corazón, iluminado por quien le debemos todo, mueve y cambia situaciones, momentos y vidas, y hoy puedo decir que esa noche de encuentro mi vida cambió, porque me dejé envolver en el mar de tu misericordia de Dios.
Ciertamente, para mí es imposible saber que estás pasando con tus padres, tus hermanos o aquellos que tanto amas, pero si tienes la posibilidad de abrazarlos y de decirles lo mucho que los amas, ¡hazlo! que esa oportunidad que tienes es única.
¡Gracias Papá!
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